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Bueno, cariño, escucha con atención ahora, porque esto es el meollo de la sabiduría, simple y llanamente.
Avalokiteśvara—ese es el Bodhisattva buena gente de gran corazón—estaba sentado muy quieto en profunda meditación, mirando la verdad de las cosas, ¿y qué vió? Que todo—sí, querido, todo—es vacuidad. No es un vacío triste, sino un vacío que trae paz, liberador, como cuando sueltas tus preocupaciones, y por fin respiras.
Ahora, la forma no es diferente de la vacuidad y la vacuidad no es diferente de la forma. Lo mismo ocurre con las emociones, los pensamientos, los impulsos e incluso nuestra pequeña idea de quiénes somos. No hay nada sólido. Y una vez que ves eso, cariño, ya no tienes miedo.
No hay ojos, ni oídos, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente, enumerar tus problemas no hace falta porque ni siquiera están ahí.
¿Y adivina qué? No hay nacimiento, ni muerte, ni ganancia, ni pérdida. Solo un gran cielo abierto donde todo transita.
Así que no te aferres, cariño. Déjate llevar. Eso es lo que hacen los sabios. Cruzan a la otra orilla con esa sabiduría perfecta—como si flotaran en el río de la gracia—sin miedo, sin alboroto, puro amor.
¿Y la palabra mágica? Es esta:
¡Gate Gate Paragate Parasamgate Bodhi Svaha!
Eso es sánscrito elegante para decir «Se fue, se fue, se fue más allá, completamente más allá— ¡Hola, despertar!».
Ahora vete, vive libre, ama a lo grande y no te preocupes por las cosas insignificantes. Amén a eso.
Imagen de Avalokiteśvara: Nick Sirotich
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