Envía tu arte
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Hace dos mil quinientos años, el príncipe Siddhārtha -que más tarde fue llamado «Buda Gautama», pero que se refería a sí mismo como «Tathagata»- se convirtió en uno de los grandes revolucionarios de este mundo. Sin embargo, la revolución del príncipe Siddhārtha no tuvo nada que ver con el derrocamiento de un régimen político, la resolución de una disputa familiar o la reacción a la violencia étnica. Sus ideas revolucionarias surgieron de lo que algunos podrían considerar como verdades más bien mundanas, pero que, sin embargo, son muy reales, como que «el cambio es inevitable» y que «nada es cierto». No importa lo fuerte que sea nuestro poder de imaginación, ni la cantidad de cemento que pongamos alrededor de una idea en un esfuerzo por hacerla permanente e inflexible, la realidad es que todo lo que amontonamos acabará derrumbándose, todo lo que reunimos se dispersará a los cuatro vientos en algún momento, todo lo que elevamos a lo alto acabará bajando, y todo lo que surge se desvanecerá un día.
El príncipe Siddhārtha también se dio cuenta de la cruda y simple verdad de que nada, ni una sola cosa en la existencia, puede darnos satisfacción absoluta -incluso cuando estaba siendo agasajado por bellezas de palacio. Se dio cuenta de que, por muy positivo que parezca un fenómeno, siempre tiene un reverso que es cualquier cosa menos deseable. Sabía que todo lo que percibimos es una proyección creada por nosotros mismos y que, por muy explícita que sea la calificación que le demos, esa proyección es tan real como el espejismo que se crea un hombre que se muere de sed.
Una vez que vio y reconoció estas verdades, el Buda Gautama comenzó a compartirlas con sus ilustres seguidores, todos los cuales le rogaron que les dijera cómo podían ser como él. Según la tradición, se dice que Buda impartió 84.000 enseñanzas a lo largo de su vida, pero tengo la sensación de que se trata de una gran subestimación. Si tuviera que centrarme en una sola gota de este vasto y oceánico cuerpo de enseñanzas, sería la afirmación de que cada uno de nosotros es nuestro propio jefe. «¿Quién más podría ser tu jefe sino tú mismo?»
Hoy en día, en nuestro mundo moderno, ser un «jefe» es ahora una obsesión -qué ironía en esta época de demócratas. Si visitamos cualquier librería, encontraremos estantes repletos de títulos que prometen enseñarnos a ser líderes, gestores y jefes. Dado que los hombres modernos parecen rendir culto a la supremacía del individuo, ¿no deberíamos admirar a un hombre que, hace unos 2.500 años, no hablaba simplemente de convertirse en un jefe, sino de cómo convertirse en su propio jefe?
A diferencia de los libros de autoayuda, el Buda Gautama no estaba ni remotamente interesado en enseñar a nadie cómo dominar a los demás, o cómo gestionarlos y dirigirlos -todo lo cual conduce al narcisismo y la megalomanía, y a reclutar aún más adeptos a la cultura del selfie. El «sé tu propio jefe» de Buda no tiene nada que ver con asegurarse de que nadie pueda dictarte o gobernarte; es mucho más profundo que eso. El «sé tu propio jefe» de Buda es el epítome de un estilo de autoliderazgo que impide que tus propias esperanzas, miedos, orgullo, prejuicios y codicia te dominen o te dicten. Así, al aprender a no ser vulnerable a tus propias proyecciones, opiniones y prejuicios, te conviertes en tu propio jefe.
El Año del Buey ha sido todo menos fácil. Con las persistentes incertidumbres sobre la pandemia y el estallido de la guerra en Europa -no solo una guerra comercial, sino una guerra en toda regla librada con armas mortíferas-, a medida que una de las ansiedades disminuye, la causa de nuevas ansiedades emerge en todas las direcciones. Espero y rezo para que el Año del Tigre nos traiga el tan necesario consuelo y el espacio para respirar más libremente.
Y lo que es más importante, deseo y rezo para que cada uno de nosotros fomente un interés genuino por aprender a no ser vulnerable ni crédulo, y para que desarrollemos las habilidades que necesitamos para convertirnos en nuestros propios jefes, para ser «huesos duros de roer» que sean fuertes, tenaces y decididos. Huesos duros de roer que no se emocionan ni se desaniman fácilmente, y que no se dejan convencer con facilidad, pero que tienen la confianza de aceptar lo «extraordinario». Huesos duros de roer que aprenden a compartir pero nunca a imponer; que son universalmente compasivos, pero constantemente conscientes de las artimañas de los intereses creados; y que dominan la capacidad de disfrutar tanto del New York Times como del Pyongyang Times y, al mismo tiempo, reconocer que las historias que tejen contienen más ficción que la mayoría de las novelas. Porque solo aprendiendo a ser nuestros propios jefes será posible la paz, la armonía y la prosperidad en este nuevo año y en todos los años venideros.
– Dzongsar Jamyang Khyentse
Una comunidad mundial de practicantes budistas que estudian y practican bajo la guía de Dzongsar Khyentse Rinpoche.
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